Les presentamos un cuento de José Zambrano "Chebeto", un joven artista plástico, profesor de idiomas, chef y productor de la cerveza artesanal "Surrealista" de la ciudad de Coro. 
Lo conocimos en esa relación de amistad con los artistas plásticos de nuestra ciudad, luego de una salida a celebrar el día del artista plástico en el año 2012, José Zambrano comenzó a estar entre nuestros más estimados artistas plásticos. 
Cuando le preguntamos sobre sus gustos, muestra su vocación creadora y nos responde con el entusiasmo propio de un espíritu joven:
"Me gusta crear, ya sea dibujo, pintura, talla, una cerveza. Me gusta cocinar. Me gusta leer. Me gusta beber una buena birra, me gusta estar con una buena mujer (interprétese como quieran, todas las interpretaciones son validas), me gusta comer buena comida, me gusta viajar, me gusta tener una buena charla, me gusta escuchar música indie, me gusta mirar película independientes, me gusta (re) descubrir, me gusta aprender, me gusta dormir, me gusta soñar, me gusta…"
Su formación académica está más ligada a ramas de la ciencias como la química, la bioquímica, cosmología, astronomía, entomología, botánica, paleontología, gastronomía, psicología, entre otros temas de carácter científico, y su contacto con la literatura parte de la lectura de los clásicos de la ciencia ficción, aventura, fantasía además de admirar autores como, Julio Verne, Jorge Luis Borges, H.P Lovecraft, Ray Bradbury, Isaac Asimov, Robert Heinlein, Philip K. Dick, Alfred Bester, Lem Stanislaw, solo por citar algunos autores.
Ha participado en diversas exposiciones en el estado Falcón-Venezuela y publicó su primer libro con Ediciones Madriguera. Se trata de un volumen de cuentos titulado "Desfallecimientos del tiempo y otras resoluciones fantásticas", el cual se presentó en el mes de noviembre de 2016 en la celebracción de los diez años de nuestra editorial en BarRil, un local nocturno que se llenó a las 7.00pm para presenciar este importante evento cultural. En dicha actividad Zambrano compartió una lectura con todos los presentes a la par que comentó las razones de motivan su escritura y la naturaleza de sus cuentos. 



Presentación del libro en Bar-Ril en Coro.
De izquierda a derecha. Ennio Tucci, Adriana Córdoba, José Zambrano, José Barroso y Jenifeer Gugliotta.

Marcus Debray muerto en su sereno lecho


Marcus Debray merodeaba sus aposentos con cierta expresión de frustración. Iba de izquierda a derecha y viceversa. Con ímpetu repentino se detenía. Parado allí, delante de su cama, con ojos taciturnos llenos de lágrimas ardientes teniendo como testigo las manecillas del reloj. Sólo la luz lunar iluminaba la habitación, tiñendo las paredes de sombras azuladas. Miraba y miraba su cama como queriendo tallarla con la mera vista. Sudores fríos recorrían su frente delatando miedo y preocupación.
Se encontraba en permanente estado hipnagógico, como recién despertando de una vigilia y aún recordando vívidamente sus sueños, sin estar despierto totalmente. Un intervalo de tiempo preliminar al momento en que las remembranzas y ansiedades cotidianas entran en la mente. En dicho estado su mente estaba vuelta hacia adentro y podía alcanzar la iluminación del subconsciente. Cuando estaba en él tenía acceso a todos sus recursos, sin ninguna de las restricciones auto impuestas.
Él era lo que eran todos los píos: un hombre, una mujer, un minusválido, un ciego, un sordo, un juez, un ladrón, un guerrero, un espía, un perro, un amnésico. Existió como quien dormita. Observaba sin mirar, escuchaba sin escuchar, sentía sin sentir, andaba sin andar. Caía sin juicio alguno, recuperándolo en un presente insoportable, magnífico y diáfano; dialéctico con las remembranzas más antiguas y frívolas. 
Se vio a sí mismo como una mujer asiática de avanzada edad y de semblante robusto quien fue sorprendida por una repentina inundación mientras dormía, sellando lo que fuera su última noche bajo esa forma. Pudo apreciarse como un guerrero mongol asesinado durante un momento de somnolencia; como un infante que con pesadumbre deja caer sus párpados bajo el abrigo de la hipotermia. La lista continuaba, múltiples formas, diversas vidas, un alma en común, un sólo designio. Todos reales.
Todo llegaba a su debido tiempo. No pudo haber acelerado su vida. Con dificultad podía solucionar siguiendo un método estricto. No obstante, su vida era infinita. Marcus Debray jamás desfallecería, jamás nacería, en realidad. Sólo iría de diversas etapas a otras. Sin epílogo definitivo, sólo múltiples dimensiones y variados desenlaces continuos. El tiempo para Marcus no era una visión ordinaria, sino lecciones que debía aprender. 
No tenía caso prorrogar lo improrrogable. Quizás todos saben hondamente que somos impúdicos, que tarde o con premura todo hombre ideará todas las cosas y conocerá todo. Y él estaba al tanto de dicho hecho. Dormir era olvidarse de la vida; dormir le era una piedra dura de tallar. Sabía qué le deparaba el sueño: el rapto inevitable de Azrael. 
Al fin, sintió sus párpados caer como plomo al agua, su cuerpo cedió pausadamente mientras la fatiga se disipó. El miedo a dormir se tornó en apacible y fatal reposo. Engendrando asimismo la aniquilación póstuma de la memoria, siendo menos detestable que un recuerdo microscópico, perpetuo. Azrael suavemente lo acobijó. Así yació el hombre que temía dormir. Marcus Debray, muerto en su sereno lecho.