* Ana Cristina Chávez A.


Si se hubiera cumplido lo que afirmaba cuando pequeña, no estarían leyendo este artículo, pues durante mi infancia decía que sería médico. Todo el que me preguntaba qué quería ser cuando adulta, recibía la misma respuesta: “Doctora, ¡Y de niños!” Aún en bachillerato estaba segura que estudiaría medicina, pero definitivamente la sangre no es mi amiga, y los resultados de las pruebas vocacionales indicaron que mi camino debía ser otro; esto, aunado a la impronta familiar y a mis verdaderos intereses y aptitudes, de los cuales no estaba consciente en ese momento.


Hoy, varios años después, me alegro de haber seleccionado la carrera de Comunicación Social, y por cosas del destino, ejerzo orgullosamente también, la docencia universitaria, ¿y adivinen qué? ¡Estoy disfrutando un montón!

¿Pero cómo no ser periodista y docente, si desde niña estuve rodeada de periódicos, revistas, libros, cultura y arte? Mis padres predicaron con el ejemplo y me enseñaron a amar la lectura como a la existencia misma, a deleitarme con el hecho de tener un texto en mis manos, a dejarme seducir por el perfume que despiden sus palabras, y a degustar lentamente, pero henchida de placer, su contenido.

Con ellos aprendí que la escritura es una manera de brindarse a manos llenas al mundo, y que la lectura es beber de la fuente del saber, acoplándose a esa alma que se desviste sin pudor alguno.

Aunque le debo muchos libros a la vida, los que he leído me han dejado siempre una lección o algún aspecto para reflexionar; me los he gozado hasta el éxtasis, y me han ayudado a crecer como mujer. 

Por eso, si tuviera que transformarme en algún objeto, escogería sin duda alguna, ser un libro. Pero uno hermoso, uno especial; un libro inolvidable y lleno de magia, como todo buen libro que se respete.

Si yo fuera un libro, me pintaría con los colores del arcoiris, y al abrir mis páginas derramaría en tu regazo los matices que necesitas para crear un nuevo hogar.

Si yo fuera un libro, estaría hecho de barro, flores, hojas, raíces y cantos de aves; te permitiría moldearme a tu antojo y según tu necesidad de conocimiento.

Si yo fuera un libro, estaría dedicado a las muñecas de trapo, a caballitos bien bonitos que se alimentaban de jardines, a manzanitas, a Tío Tigre y a Tío Conejo, a gatos con botas, a ruiseñores, a animales parlanchines y a La Edad de oro.

Si yo fuera un libro, tendría el aroma del campo, de orquídeas, claveles, violetas, margaritas, amapolas, rosas, azucenas, naranja y canela, para grabarme en tu memoria como el olor del cuerpo de la persona que amas.

Si yo fuera un libro, contendría las palabras más bellas del mundo: paz, amor, amistad, madre, hijo, pasión, libertad, bondad, verdad, patria, Dios y nosotros.

Si yo fuera un libro, te subiría en mi lomo para enfrentar juntos a los molinos de la ignorancia.

Si yo fuera un libro, te ayudaría a soñar, y como dos soñadores recorreríamos los caminos no andados todavía.

Si yo fuera un libro, me llamaría VIDA, y sembrarías en mí la semilla del futuro.

Si yo fuera un libro, te invitaría a descubrirme, despacito, sin prisas, sin pausas, pero lleno de ansias por conocer el secreto que guardo para ti.

Si yo fuera un libro, te mostraría el universo, y tú serías aquel piloto que conoció a un niño que vivía en un asteroide.

Si yo fuera un libro, poseería las imágenes más deslumbrantes sobre la faz de la tierra: las de tu corazón.
Si yo fuera un libro, me bañaría en ron, vino y cerveza, para que te embriagues en mí.

Si yo fuera un libro, te regalaría en un susurro Los versos del Capitán y los Poemas de otros, mientras duermes. 

Si yo fuera un libro, me entregaría desnuda, completa, sin más límites que los de tu imaginación y el deseo de poseer lo que te ofrezco.

Si yo fuera un libro, sería así como soy: libre y llena de sorpresas, porque si yo fuera un libro, sería como tú.


* Periodista y docente del IUTAG