Por Gustavo Portella

“O soy esto o me pego un tiro”
 
 


Nacido en Carora en 1941, Luis Alberto Crespo combina periodismo, poesía y otros trabajos literarios, además de la dirección de la revista Imagen, a la cual llegó luego de coordinar el Papel Literario de El Nacional
Antes de dejar que lo interrogara, nos interrogó sobre lo que estudiábamos y hacíamos y con respecto a la carrera de la fo  tógrafa le preguntó si no se había “desencantado” de su profesión, por que para él “el periodismo como cualquier carrera debe ser una pasión, o soy esto o me pego un tiro”. 


-¿Qué diferencia vez tú entre el hombre del interior que fuiste o el intelectual de ciudad que eres hoy?

Mi amigo Igor Barreto, con respecto a mi libro Lado, dijo que en mí convivían dos personas, que se confunden en la poesía. Es indiscutible, que en la esencia de lo que hago está siempre inamovible el interior, el lugar, la región, porque es recurrente la memoria de la infancia, la memoria obsesiva que regresa siempre como un estado de primer asombro, de pureza inicial.
 

Es una tradición en ruinas que yo intento hacer renacer, es esa región de mi infancia, que es Carora y sus paisajes. Quizás no lo comprendes, ahora no es tan radical el acceso al mundo exterior, pero te estoy hablando de la década del sesenta, cuando resultaba muy difícil ser del interior y tener una cultura global, contemporánea; de cualquier forma la ciudad permite que uno tenga una relación más cercana con ciertos hechos de la cultura, más cercanía con los escritores, con los centros de difusión cultural, las librerías, los teatros, el cine. Antes era mayor la necesidad de estar en la ciudad para complementar la actividad cultural.
Luis Alberto Crespo: poeta y periodista
Volviendo a lo anterior, en mí existen esos dos, pero necesito esencialmente de la provincia, necesito de la región para darle resonancia a eso que yo entiendo como cultura. Eso viene de siempre, de la cultura arcaica, para los Yanomami, la casa colectiva es la representación del cosmos, no estamos hablando de la selva, así que cuidado con decir que el cosmos es un asunto de astrofísica.
 
«Creo que la poesía es la más grande manifestación de la búsqueda personal del hombre»
-¿Cuándo llegaste a Caracas?

Tenía trece años, creo. El sentido del tiempo cada vez me desinteresa más, se me pierde. Llegué desgarrado, me arrancaron de mi paraíso, de mi desierto, mi paraíso, pues la imaginación  infantil tiene un reino y todo es un fetiche, un talismán. En todo caso, yo vengo aquí devolviéndome, tratando de devolverme. Ese regreso fue tan obsesivo que terminó en un libro: Si el verano es dilatado.
 
-Entonces, ¿esa presencia de lo árido viene a reflejar la Venezuela pasada?

El sentido de lo árido que antes era inconsciente, pasó a ser una categoría moral: la aridez, como estado espiritual del mundo interior, a medida que tú vives descubres que la poesía es una vía de conocimiento, tú te estás buscando a tí mismo a través de la poesía, por eso creo que la poesía es la más grande manifestación de la búsqueda personal del hombre.
 
-Siguiendo con esto de lo árido, en su poesía hay economía de medios expresivos, ¿Quizás esa aridez del paisaje se refuerza con la aridez del lenguaje?

Ese primer libro, Si el verano es dilatado usa un lenguaje explícito. Muy cerca de influencias como Ungaretti, Gerbasi y Palomares, aparecieron otros libros como Novenario. Luego viajo a Europa -entre 1970 y 1974- y ya no estoy fuera de Carora, sino de Venezuela. Es un cambio total, viene la nostalgia, ya Carora no es una región sino un país, un sol, un continente, eso lo aprendí de Gerbasi. Allá ocurre el cambio del lenguaje, antes era más explícito ahora, más contenido, es más el silencio, más “borradura”. Comencé a recordar el sol que había dejado. Encuentro allí a Eugenio Gillevique, quien es el autor que me enseña a borrar, entonces el sol encandila y borra, es lo que me recuerda esos mediodías en Carora, donde sólo se veía el sol.
Cuando pensaba en Venezuela, pensaba en Carora. Era una obsesión, porque la idea de la infancia es inmóvil.
 
-¿Ves un desarrollo evidente de la poesía venezolana?, ¿puedes hacer una especie de balance?

He tenido la suerte de ser guía de talleres, en varias ocasiones, tanto en el Celarg como en el Maccsi, allí he notado una proliferación de voces, por ejemplo en el Celarg estuvieron Sonia González, Patricia Guzmán, Maritza Jiménez, Harry Almela, Leonardo Padrón. Quienes ahora son poetas de primer orden, con una obra sólida, además de otros que convirtieron su escritura en proyectos no solamente estético sino existencial, es porque sobretodo en poesía se escribe para verse vivir, como ejercicio práctico. Además ser lector de poesía y haber tenido por mucho tiempo columnas de poesía, esa “generación” que comienza en el ochenta, con Tráfico y Guaire, pero también las que no pertenecían a esos dos grupos. Entre las décadas del ochenta y el noventa, se da una obra impresionante no sólo en calidad sino en variedad, eso es Caracas, imagina Mérida, Maracay, los estados orientales, Coro, Maracaibo, etc. Hay una variedad de voces en calidad, no tanto en cantidad. Desautorizando el concepto de la “poesía de taller”, lo cual es una ligereza. En esta poesía puede privar el pensamiento sobre la imagen o la imagen sobre el pensamiento, poesía silenciosa o elocuente. Los concursos de poesía ratifican este hecho, de una poesía cada vez más rica, de gente joven, aunque esto no es garantía de nada, pero el hecho de observar un libro de gran calidad permite sentirse entusiasta con respecto de la poesía venezolana.
 
-Observando los títulos de los libros, por una parte: Costumbre de sequía, Resolana, Señores de la distancia, Mediodía o nunca; y por otra: Como una orilla, Más afuera, Lado; ¿se puede establecer una división?

Sí, en una primera etapa era muy explícito, Costumbre de sequía, por ejemplo, anunciaba lo que iba a decir, era muy visual. Quizás en Más afuera, se busca más abstracción, aunque no creo que lo logre, por eso sigo escribiendo, buscando una imagen que resuelva lo explícito y lo oculto, aparece Solamente donde la palabra tiene varias acepciones. Pero, he seguido como reescribiéndome, rectificándolo. En Duro, el lenguaje es no sólo más oculto sino que trata esa simultaneidad ciudad-campo, que antes negaba, pues cuando quería ser yo escribía poesía sin la ciudad, esto no era así con el periodismo, pero eso fue al paralelo. En Duro aparece la poesía urbana, los signos de la ciudad ocupan su propio espacio, que necesitaban. Estoy en la ciudad y me creo en el campo. Lado insiste en este tema, es la simultaneidad de la memoria, a eso se debe su nombre porque hay un lado tuyo que has negado. Igor Barreto -a propósito de un viaje al llano, en el que yo le decía que quería quedarme para siempre allí- me dijo “eso es mentira tú necesitas la ciudad, el cine, la computadora”. Tú necesitas la ciudad para estar en el campo y el campo para estar en la ciudad, ese es el sentido del libro, después de diez años de aquel encuentro con Igor. Esos títulos van justificando un camino.
 
¿Cómo es tu trabajo al frente de la revista Imagen?

Buscamos la amistad, la vecindad, entre los poetas conocidos y lo poetas por conocer, dándole a la poesía nueva un espacio tan digno como los ya conocidos. No sólo en poesía sino también en narrativa, eso es una intención mía desde el Papel Literario del Nacional, eso es esencial: dar a conocer poetas nuevos.



Tomada de: http://www.ucab.edu.ve/tl_files/sala_de_prensa/recursos/ucabista/feb99/p34.htm