Por Teresa Quilez

En medio del orgullo afrodescendiente
florece el agua de la nostalgia
y el gozo de la risa de esta cantautora.


La dulce voz de María de los Santos Chirino Medina se desliza entre la niebla de la Sierra del estado Falcón, pareciera acariciar una profunda tristeza. Tal vez, ese dolor encuentra un compañero en el sonido inconfundible del tambor serrano. Voz e instrumentos de la zona se fusionan para recordar al maestro Juan Ramón Lugo, quien tuvo entre muchos méritos el de rescatar la memoria del líder zambo José Leonardo Chirino.



La piel de María brilla con el color particular del mestizo de Venezuela, sus ojos pícaros y marrones suelen nublarse con el pesar y la emoción. Ella con su grupo Salveros de San Hilario entonan desde hace muchos años décimas, salves, pavanas, romances y estribillos entre otras melodías emblemáticas de ese punto geográfico. Ritmos que también sedujeron al maestro Lugo, con quien llegó a compartir la alegría de notas engalanadas de gozo para iluminar parranda o vestidas con la sutil nostalgia de suavizar penas que evocarían almas.

Está vestida con el pantalón y la camisa caqui, uniforme característico de Salveros de San Hilario. Esta tamborera y cantautora, directora de la agrupación dice con orgullo: “en septiembre del 2002 fuimos declarados patrimonio cultural viviente del estado Falcón”.

Juan Eleuterio Chirino era su padre, quien al igual que ella cantaba profesionalmente desde que tenía 15 años: “él y su grupo tocaban cuatro y medio, cinco y medio, pandero, maracas y tambor, recuerdo que en diciembre iba de casa en casa, contagiando con su música los hogares donde le solían brindar guarapita y hallacas”.

María empezó a cantar con su padre cuando algunos de los compañeros de su progenitor murieron o tomaron otra ruta. Arigua fue la primera canción que entonó, el pueblo de Cabure el escenario que la vio florecer. Allí se inició una carrera llena de éxitos, reconocimientos y premios.

En 1991 decidió acopiar sus piezas, muchas de ellas inéditas. Conversa de sus ocho hermanos, entre ellos, de los que se fueron al cielo. Comenta las aptitudes musicales de la familia Chirino. Explica lo que denomina el “pujío” de las décimas, aprieta los labios y deja escapar “un sonido como ahogado en la garganta”. Recuerda que sus padres eran muy rígidos “el respeto era grande, uno no podía pasar por el medio si ellos estaban conversando”. Frunce el ceño y rememora “las pelas” haciendo un gesto con las manos.

De origen humilde, nunca tuvo muñecas ni perinolas ni trompos, iba descalza, “tenía un solo vestido”. A pesar de todo “fui muy feliz”. Siempre la acompañó la música, “me gustaban mucho los boleros”. María Chirino, mantiene viva las tradiciones de esos tiempos como el molino, la piedra y la batea, raíces que también perduran en la melodía serrana que interpreta con su agrupación, y el grupo infantil Salveritos de San Hilario, fundado por Juan Ramón Lugo, maestro que a su juicio “aún vive, está con nosotros en su incansable lucha”.

En la niebla de la sierra falconiana está presente María, su lucha, sus sueños, su voz emblemática, todo un paradigma de la mujer venezolana.