Escrito por: Omacel Espinoza
J’avais probablement accordé trop d’importance
à la sexualité, c’était indiscutable;
mais le seul endroit au monde
où je m’étais senti bien c’étais blotti au fond de son vagin
M. Houellebecq. La possibilité d’une île.
En el arte no existe consenso claro entre los límites de lo erótico y lo pornográfico. Me propongo ofrecer, sin embargo, algunos indicadores que acaso orienten al lector en el reconocimiento de una u otra tendencia, si bien tal intento es titánico y no siempre inequívoco.
Partiremos de puerto seguro si comenzamos por aclarar que una obra artística no es pornográfica en virtud de la explicitud que ofrezca con respecto al tratamiento de la sexualidad. En lugar de dar crédito a esta creencia común, partamos de las etimologías.
El erotismo se define etimológicamente como lo relacionado con el eros, palabra griega que designa el amor.
Pornografía viene de dos vocablos griegos: pórne, prostituta y graphein, escribir (algo así como tratado sobre prostitutas).
Ahora bien, el amor, como sentimiento, como sublimación de las posibilidades humanas, como núcleo integrado a la vida del ser humano, a su existencia total; ese amor está mucho más cerca del erotismo que la mera exposición de genitales enfrentándose en un ring.
Es decir, el erotismo puede, cómo no, descorrer la cortina y encender la luz cuando dos amantes se miran, se exhiben, se calientan y hacen el amor, porque estos amantes no sólo hacen el amor, sino que el amor los hace a ellos personas más llenas de vida, seres ascendidos, privilegiados, como dioses, en un mundo al cual pueden ver desde una cúspide.
El trabajo estético que requiere la revelación de esta dimensión humana se reconoce en los detalles, en el cuidado de la mezcla del ingenio, el juego y la sabiduría.
En oposición a esto, la pornografía se parece más al trabajo de la prostituta fría y maquinal (vale la acotación, porque las prostitutas, humanas al fin, también pueden acceder al erotismo, como más adelante veremos a propósito de Fanny Hill) que toma el pene del hombre sin importarle la felicidad propia ni la del cliente, sino procurar un rápido orgasmo en éste, porque el tiempo es dinero. En la pornografía se busca el efecto rápido, independientemente de los ejecutantes, siempre sustituibles. El erotismo puede no contentarse con sustituir a sus personajes, pues interesan las personas; distintas del(la) obrero(a) sexual alienado(a), valga la terminología marxista.
El erotismo debe cumplir con las prerrogativas del arte. Es propio de la narrativa, por ejemplo, que los personajes emprendan un viaje vital, luego del cual habrán sufrido transformaciones significativas. Al final del viaje de los personajes de los cuentos de hadas, el matrimonio corona el esfuerzo. En el caso de la novela policíaca, es la solución del caso la que premia al esforzado investigador. En los relatos eróticos, es la dicha de la carne y del espíritu fundidos en la cima de la plenitud el más dulce de los regalos que puede otorgarse a los héroes.
Las películas pornográficas actuales son un buen ejemplo del olvido de la inmersión de la sexualidad en el universo de la existencia: aparecen unos personajes muy simples, más bien vacíos de personalidad; se desnudan y se acoplan. No tienen pasado ni futuro, no saben de problemas ni les preocupa nada de lo que ocurre a su alrededor, mejor dicho, su universo se reduce a una cama o un mueble de cualquier lugar alquilado, y cubierto de sábanas para no manchar nada. Esto comporta cierta ofensa a la inteligencia, por cuestión de verosimilitud: ¿A quién, en su sano juicio, se le va a ocurrir, pensar que puede manchar esto o aquello ante el cuerpo que despierta la pasión? A menos que, de antemano, todos estemos de acuerdo en que vamos a ver un remedo, un sucedáneo esquelético del amor, pretendidamente reducido a lo carnal. Digo pretendidamente, porque los partidarios de la existencia de la pura pasión o “amor carnal”, sin afecto alguno (entre los que no me cuento), coincidirán conmigo en que la sábana está demás, pues si les sirve a los productores y utilities del film, le resta vigor a la entrega corporal, tornando la escena descaradamente artificiosa o, como dicen los angloparlantes, very stagy.
Pero dejando la sábana de lado, y pensando en productos pornográficos mejor elaborados, tenemos que repetir la pregunta: ¿qué busca quien se acerca a la pornografía? Lo mismo que necesitamos satisfacer cuando volteamos apresuradamente el periódico para saber de los muertos más frescos. Uno quiere alimentar el morbo. La pornografía es comida para el morbo, para las bajas pasiones que todos tenemos; el erotismo es alimento para el espíritu que afecta por supuesto también nuestro cuerpo, y para el morbo, también es necesario reconocerlo. Lo importante es que trasciende el morbo hasta llegar a involucrarnos como personas en lo planteado, de modo que nos despierta, no sólo los sentidos sino también la conciencia, con serios cuestionamientos a las costumbres, política, religión…, digamos, en fin, a la cultura.
De esta manera, querida y querido lector, no tildes de pornográfica a Fanny Hill[1] por relatar lo siguiente:
Convirtiéndome en la mujer destornillador, me encargué de la recepción de su instrumento, y lo hice con tanto arte que lo mantuve en medio camino y, por medio de contorsiones, dificulté su entrada, obligándolo a grandes luchas para avanzar centímetro a centímetro y quejándome además durante todo el proceso. Hasta que finalmente, después de muchos esfuerzos por abrirse camino, llegó al fondo, y, dando a mi virginidad, como seguramente pensó, el coup de grace y a mí la excusa de lanzar un gran grito, mientras él, ufano como un gallo que golpea sus alas sobre su hembra vencida, alcanzó su placer desfalleciendo su pequeña muerte con él…
No debes considerar pornográficas esas palabras porque el amante, como se deja entrever al final de la cita, se cree un gran vencedor. En la burla que le hace Fanny Hill al hacerse pasar por virgen hay toda una crítica a la burguesía a la que pertenece este penoso y disoluto personaje, de quien se hace, por otro lado, la única referencia en la obra a un pene de corto alcance, por decirlo de alguna forma.
Quizá extrañe que tilde de disoluto a este hombre, siendo que Fanny Hill es una “mujer de placer”, léase prostituta.
Claro, pero ella no vive para el dinero, ni sus valores son los acomodaticios de una sociedad que enmascara sus miserias. Además, ella es soberana, porque usaba sus artes para ganarse el mundo; mientras que este hombre (un joven envejecido a causa de sus excesos) era esclavo de sus vicios.
Desde el punto de vista del estudioso del arte, interesa retener esto: el mecanismo de representación para una crítica seria contra la burguesía está contenido en el carácter de los personajes involucrados y en las experiencias que viven, en el humor, en la sátira, en el hecho de establecer correspondencias entre un órgano sexual pequeño y la pusilanimidad de su portador[2].
Para no dejar demasiados cabos sueltos, quisiera retomar la idea del erotismo como fusión de la sabiduría, juego e ingenio.
La sabiduría garantiza el buen tratamiento de los temas intrincados de la vida dentro de la obra, con una madurez y un conocimiento del mundo que rebasa, con mucho, el arte de saber describir contorsiones orgásmicas. El ingenio permite hacer brotar de las experiencias específicas de los personajes los que hemos llamado los temas intrincados de la vida. Mientras que el juego se asocia con la gracia, lo ameno, el placer, el humor., etc. Este último aspecto es el que condensa el tratamiento estético, el que le proporciona encanto a las ideas y sus relaciones dentro de la obra. Por eso, lector y lectora, te aseguro que este juego es uno de los más serios que existe (¿hay algún juego que no lo sea?). Al juego debe la literatura su existencia. Para reiterar esta imagen del juego serio, citaré un poema de Yesé Amory, titulado Enigma:
pero
por
qué
diablos
esa
vieja
dama
de
guantes
blancos
de
primera
comunión
compra
en
el drug
store
de Walnut
Street
quince
pre
ser
vativos?
¿Juego? Sí. Pero, no es cualquier juego propiciar una reflexión sobre los límites de edad para el sexo; sobre la coincidencia de la sugerida moral de la vieja dama con sus guantes blancos de primera comunión; o simplemente para sembrar una duda, como lo declara el título del poema; sin olvidar que hay una clara sugerencia sobre la fogosidad de la vieja dama que nos asalta desde el primer momento. En fin, es un juego ameno y no por ello poco serio. Tal es el amor; tal, el erotismo.
Vamos concluyendo.
El erotismo es una sublimación humana por fuerza de la potencia amorosa y todo lo relacionado con ella, que impacta notablemente la existencia de quienes lo experimentan.
La pornografía consiste en reflejar el impacto de los genitales entre sí.
A la pornografía le falta lo que, recordando a Walter Benjamín llamaremos el aura: ese encanto único e irrepetible que se alcanza artesanalmente, en la conjunción de dos entidades físicas y metafísicas que giran en torno a un deseo común.
Ahora me callo, porque hay mucho que amar y porque es mejor amar que discutir sobre la naturaleza del amor.
Con su permiso…



[1] Novela del inglés John Cleland, de 1749.
[2] No debe escaparse el hecho de que la publicación de esta obra en el siglo XVIII es una verdadera provocación, pero sobre todo un desenmascaramiento (hiperbólico, ciertamente) para una sociedad que se desvivía por distinguirse a fuerza de su puritanismo.
Pero, ya que me han permitido la referencia a un triste pene, denme licencia para citar la descripción de la triste constitución sexual de una vieja avara y miserable, de la primera ama de Fanny Hill: Los muslos gordos y oscurecidos de mi ama cayeron colgando, de modo que quedó ante mis ojos, por completo, el enorme y grasiento paisaje: una ancha abertura como una boca, cubierta por una mata grisácea, que parecía caer como la bolsa de un vagabundo pidiendo limosna.